Recuperar la voz

Llevo tiempo rumiando lo que hoy por fin me atrevo a poner en palabras. Desde que empecé El lado de Afuera basculo entre la satisfacción y la fuerza que siento al liberar mi voz al permitirme expresarme en público y la campaña de autoboicot que cuestiona cada palabra que pronuncio.

Seguro que esto último os suena a muchas de las que estáis leyendo. Esa vocecilla —que a veces se convierte en un ser más grande que tú— que te dice que lo estás haciendo mal, que no tienes suficientes argumentos, que no vas a conseguir más seguidorxs, que deberías manejar un vocabulario más rico o que lo que haces y dices no le importa a nadie.

Hoy reconozco mi vulnerabilidad y mis miedos porque sé que son comunes a las que hemos sido socializadas como mujeres. Esta inseguridad es resultado de siglos y siglos de desconfianza, de descrédito, de burlas y de hogueras, tribunales y policías que dudan de tu palabra y que te hacen saber, por activa y por pasiva, que lo que salga de tu boca es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario.

Fuente desconocida

Ante esta deslegitimación, muchas hemos interiorizado esta figura policial que mira y remira cada pensamiento, cada palabra, cada acción para asegurarse que superará el posterior interrogatorio. Así,  hemos desarrollado un mecanismo de defensa que nos lleva a callarnos nuestra ideas, a repasar cada frase antes de enunciar un pensamiento. Así, amputamos nuestro intelecto por miedo a decir algo incorrecto o fuera de lugar —algún día me gustaría conocer ese lugar, aunque estoy segura de que debe de ser bastante anodino.

Es obligado precisar en este momento desde que posición escribo. Soy una mujer cis*, blanca, de clase media (aunque más bien sean mis padres los que pertenecen a ella), con un padre y una madre que han podido pagarle unos estudios universitarios, aunque sea a base de sacrificios innombrables. Todo lo anterior me convierte en una persona privilegiada, ya que la desconfianza hacia mi palabra no intersecciona con mi origen ni con la clase social a la que pertenece mi familia.

Comparto esto no solo porque estoy convencida, como bien sabéis las que escucháis el programa, de que los fantasmas en voz alta y en coro se exorcizan mejor. Después de sentarme a conversar con mi juez interno —en masculino, sí— he decidido que no quiero seguir jugando a su juego. Mi amiga Bea, que es muy sabia, me dijo que estaba harta de estar —que no de ser, ojo— insegura y de dudar de sí misma, porque así es como nos quiere el patriarcado y que ella no iba a facilitarle más las cosas boicoteándose a sí misma. Desde entonces, me repito esta frase como un mantra y cuando lo hago, siento que mi cuello se agranda, que el nudo que a veces me ahoga se afloja y que mi voz gana en profundidad.

Y por eso aquí estoy, escribiendo por primera vez en el blog una entrada desde lo personal, en la que me olvido del lenguaje frío y escueto que parece que requiere este formato y os hablo como si os tuviera enfrente. Reconozco que no sé escribir sin emociones, sin partir de mi experiencia para construir mis reflexiones. Mejor dicho, sí sé, pero me suena a hueco, escucho o leo mis palabras y no me reconozco en ellas. Hoy decido poner fin a esta tendencia y compartir lo que está anclado en mi garganta pujando por salir. De momento me siento a gusto, así que seguiré sacando la voz también en este formato.

Os dejo para despedirme otro tema de Anita Tijoux que para mí es un himno y que últimamente suena como sintonía de El lado de Afuera.

*Mujer cis es aquella que ha sido asignada como mujer al nacer y que se identifica con esta categoría.

Escrito en premenstrual (Día 32)

 

 

 

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